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FabFest23. Segunda mitad: Thimphu, festival, alegrías y vuelta a casa.

29 diciembre, 2023

Contamos en esta entrada, Ana Chacón y Antonio Gordillo, asistentes al evento, la segunda mitad de este viaje repleto de emociones y descubrimientos.

Acabamos la primera mitad del viaje teniendo que cambiar de hotel en mitad de una noche tormentosa en una capital extraña, tras haber sido engañados en AirBNB. Afortunadamente recibimos la ayuda de los maravillosos estudiantes del CST, de Phuensholling, que nos acompañaban y nos buscaron un estupendo hotel, el Thimphu Towers, en la plaza principal de la ciudad.

Día 9: Thimphu(23/7) Día de presentación de resultados de los Retos

Despertamos al día siguiente y desayunamos junto a varios amigos del equipo japonés en nuestro reto. Gente muy agradable y de fácil conversación. Ya veíamos desde la ventana del hotel a los estudiantes del CST llevando las cosas en las que habíamos trabajado para montar un maravilloso stand. Y eso hicieron. ¡Qué de cosas!

Habíamos preparado el video de presentación de los resultados y hasta 6 posters describiendo cada una de nuestras soluciones propuestas. Teníamos allí todo el hardware funcionando: la impresora de Braille, que jamás hubiera funcionado sin la colaboración maravillosa entre Ondra y Chaad, las plantillas, las tablas de escritura, las tablas de símbolos, el andador, la mochila con el músculo artificial, un punto de colecta de aluminio… Además teníamos pegatinas y carteles con nuestra imagen de grupo. Teníamos incluso un baile de grupo, llamado “Aluuu Aluuuu”, al puro estilo alegre butanés.

Alrededor nuestra en la plaza estaban recién llegados, igual que nosotros, el resto de equipos de los retos. Buenos amigos a los que fue muy agradable ver de nuevo sanos y salvos, además, con estupendos resultados después de los días de trabajo. Algunos de ellos hicieron viajes aún más largos y arriesgados que el nuestro. En Bhutan las distancias enormes debido a las fuerzas puras de la Naturaleza.

Alrededor de las diez comenzó a llegar el público y rápido la plaza se convirtió en un hervidero de gente. Comenzamos a hacer difusión de nuestro reto para que la gente lo valorara online. En el concurso había dos premios de 5.000$ para los 5 equipos participantes: premio “Valoración del Público” y premio “Valoración de los Expertos”. Fue un éxito y no se cabía en el nuestro stand. Pasó mucha gente, incluidas autoridades como el Ministro de Educación de Bhutan, que disfrutó viendo la impresora de Braille, hecha con piezas de aluminio reciclado, marcando signos, sobre hojas de aluminio procedentes también de latas de bebidas. Frente al stand, teníamos una especie de trono con una gran red dispuesta para que la gente aportara más envases de aluminio.

Además durante todo el día, hubo talleres para enseñar alguna de las maravillas que veríamos en los próximos días: telares DIY, pintado CNC de huevos de pascua, microscopios de cartón, reciclado de café, charlas en vivo, karaoke… En plena plaza principal. Todo un evento popular.

Comimos con parte de nuestro grupo del reto en un agradable restaurante junto al hotel, llamado “Smilers”, al que iríamos casi todos los días que estuvimos en Thimphu. Comida asiática o internacional – ¿aunque quién busca una pizza en Bhutan? – recién hecha en cocina abierta, deliciosa y a buen precio. Cada plato es para dos personas, incluidos los postres. Un bonito restaurante-concierto con un servicio muy amable. ¿Qué más se puede pedir?

Antonio estuvo buena parte del día preparando la presentación que debía dar esa tarde sobre el artículo que había presentado para el congreso. El artículo “Repairing and Recycling Electronic Components while Learning from them. Some guides for fablabs” trata sobre autosostenibilidad en fablabs gracias a buenos usos de recursos materiales. Pone en valor las reparaciones y la reutilización de “residuos” para distintas funciones, desde materiales en bruto, hasta mobiliario de taller. En concreto propone la reparación y reutilización de aparatos electrónicos como una forma de enseñanza de contenidos en grados de ingeniería. Además, se describe la relación con empresas regionales de gestión de residuos, de la que obtenemos un claro beneficio mutuo.

Después de descansar un poco y repasar la charla fuimos al Hotel Capitol, donde se celebraría esta primera sesión de presentaciones de los artículos. La charla estuvo muy bien moderada por Rodney Williams, de la Fab Foundation y algunas de las presentaciones se hicieron por videoconferencia. En una de las presentaciones tuve el gusto de conocer a los compañeros de la Universidad Politécnica de Valencia, Chele, Manolo y Ricardo, que luego vendrían al congreso y con quienes pasaríamos muy buenos ratos.

Después de la charla dimos un paseo por Thimphu hasta llegar a un bar estilo tropical dónde nos invitaron a una cena y bebida ligeras de bienvenida. Seguimos conociendo a gente interesante de Francia, donde hay ya una entidad jurídica y un presupuesto para su red nacional de fablabs, República Checa, donde harán el FabFest en 2025. Volvimos a ver a nuestros amigos latinoamericanos: Delia del Fablab Perú, Aristarco del Fablab Puebla, Ángela del Fablab Rio, Walter de Fablab Lima… ¡Qué buenas personas!

Después de un ratito nos volvimos dando un paseo nocturno. La ciudad es muy tranquila, incluso los centenares de perros callejeros están relajados. Aunque hay coches, no van rápido. La velocidad máxima permitida en carretera en todo el país son 50km/h. Los edificios, igual que los trajes de los habitantes, son en su mayoría tradicionales; tres o cuatro alturas, más anchos por arriba que por abajo, paredes inclinadas, bellamente pintadas, normalmente sin balcones. Ricos en adornos. Nos está gustando esta ciudad.

Día 10: Thimphu(24/7) Primer día de congreso

Al despertar tomamos un desayuno euro/asiático, es decir tostadas con mantequilla, huevos revueltos, arroz con condimentos y algún dumpling o patata cocida especiada, café y zumo. Generoso. Todos los días comemos bastante y nos sienta muy bien todo. Vemos desde la ventana del hotel cómo los participantes se arremolinan en la plaza para coger los autobuses que nos llevarán al Bhutan Tech Park, donde será la mayoría del congreso y está el Jigme Namgyel Wangchuck SuperFablab, un laboratorio muy potente de fabricación digital.

El programa del día, como todos los días en este congreso, es impresionante. Desde la inauguración ya hubo buenas charlas, mensajes, investigaciones presentadas… Incluso el Ministro de Asuntos Exteriores de Bhutan dio un estupendo mensaje:

“Se dice que somos el país más feliz del mundo, pero eso no es verdad. Si así fuera nuestros jóvenes no emigrarían a Australia, Canadá… No habría problemas de criminalidad, drogas, desempleo… Debemos hacer un país mucho mejor para nuestros jóvenes.”.

Las charlas de la mañana fueron de verdaderos cracks de lo suyo. Desde creadores de metaversos con Loretta Chen desde Smobler Studios; a Thras Karydis con “como curar casi cualquier cosa”, desarrollador de nuevas medicinas desde Deepcure; Gonzalo Casas, sobre infraestructuras “caóticas organizadas” desde Gramazio Kholer, ETHZurich; Miana Smith con “como ensamblar casi cualquier cosa” sobre estructuras autoensamblabes desde el MIT, y más estructuras autoensamblables, pensando en Fablabs 3.0… de mano de Kenny Cheung, desde la NASA, impresionante; y para acabar la mañana, el siempre divertido y cercano Eric Pan, revolucionando la fabricación dispositivos electrónicos asequibles desde SeeedStudio, en Shenzen.

Después de las charlas de la mañana, comida para todos los participantes. Básica, mucho arroz y poca variedad de sabores. Normal para 300 personas comiendo gratis… Yo estaba apurado, ya que tenía una reunión importante online con la UEx sobre el proyecto PlayAct, en el que participamos. No conseguía cobertura para hacer una llamada decente hasta que hablé con la amable japonesa Nagomi Tanabe, que conocí en nuestro reto, y me prestó rápidamente su router inalámbrico. ¡Me salvó la reunión! Qué buen detalle.

Por la tarde vimos otra sesión de presentación de los artículos y conocimos a la encantadora hindú Nanditha Nair que trabaja sobre el problema de la plaga de jacinto de agua en la India y mencionó que la misma plaga afecta al lejano Rio Guadiana, en España… ¡Dijimos que era nuestro río en Badajoz! Tantas y tantas horas en él remando… Tenemos un vínculo especial con él y nos hizo mucha ilusión saber que gente en el otro lado del mundo se preocupa en resolver nuestro mismo problema, aunque últimamente el problema no sea tanto el jacinto de agua, como el nenúfar americano.

Después de las charlas, nos invitan a un pequeño aperitivo de recepción y después tomamos el bus de vuelta al hotel. Tomamos cena tranquila en el hotel, y mañana será otro día. En este congreso cada noche hay invitación a ir a un club o karaoke, está lleno de gente joven y no tan joven con muchas ganas de cantar y bailar.

Día 11: Thimphu(25/7) Un poco de descanso.

Necesitamos un poco de descanso después de tantos días de actividad y lo dedicamos a conocer tranquilamente Thimphu. Queremos visitar el Museo Real del Textil de Bhutan, donde hay exposición de los proyectos de los graduados en la FabriAcademy de este año.

Después del desayuno en el hotel, cogemos la mochila y enfilamos la avenida principal de la ciudad. Llena de tiendas: sobre todo de ropa, electrónica, alfombras, artículos religiosos, artesanía. No se ve casi ninguna franquicia internacional, exceptuando tiendas de Apple y alguna tienda conocida de ropa japonesa o koreana. Los edificios mezclan lo tradicional con lo moderno: bellamente pintados, mezcla de madera y piedra, pero con enormes cristaleras modernas. Hay grandes bancos y compañías de seguros.

En el principal cruce de calles hay un bello kiosco con un guarda de tráfico de impecable uniforme que hace suaves movimientos bailando una coreografía mil veces practicada. Dirigiendo el tráfico sin un mal gesto o movimiento brusco. No hemos visto nada parecido.

Paseamos por las avenidas sintiéndonos extraños, al haber muy muy pocos extranjeros en el país, pero nada inseguros, agobiados por los comerciantes, o siquiera observados. La gente te mira y sonríe amablemente, siguiendo su camino. Se mezclan hombres con trajes con coloridos bordados tradicionales de mangas blancas y calcetines negros, con monjes budistas con gorra y zapatillas de marca; bellas asiáticas de piel clara vestidas de seda de vivos colores; rostros más oscuros que revelan origen hindú, sobre todo hombres. Y adoración por su monarquía. Su rey, su guapa reina, sus príncipes, el padre del rey, la reina madre… No hay negocio que no tenga por lo menos un cuadro o fotografía del rey actual. Y en la mayoría hay más de uno, y son cuadros pintados a mano, y con mucha variedad de motivos. No es una obligación que cumplir, le ponen ganas. Y mucha, mucha gente lleva chapas con el rostro de su rey en el pecho. Una taxista nos contaba que ella reza por su rey varias veces al día, tienen una oración especial para él. Su rey es muy bueno y gracias a él en el país pasan muy pocas cosas malas. Cuando ocurrió el COVID-19 fue directamente a los hospitales para decir a los médicos lo que había que hacer, y gracias a ello en el país solo hubo dos muertes por COVID… Son sus ideas, y están convencidos. Y sinceramente, nos pareció un rey atento a su pueblo y que está donde debe estar. En los días del congreso estaba en una zona remota del país donde hubo un deslizamiento de tierra con 30 víctimas mortales, cuyos cuerpos aún no habían recuperado. El rey al llegar del extranjero se fue directo a la zona catastrófica. Algunos tenían esperanza de que se dejara ver por el FabFest…

Llegamos andando desde el hotel al museo atravesando un largo mercado callejero de artesanía, donde sobre todo se vendían textiles. En Bhutan, como descubriríamos, son desde la antigüedad expertos y artesanos del tejido y bordado. Volveríamos al mercado más adelante a comprar recuerdos y cosas útiles.

Llegamos al Museo Real del Tejido y lo primero que nos sorprendió fue su tamaño. No solo es un museo, es un centro de investigación. Pagamos gustosos la asequible entrada y comenzamos a descubrir los distintos tipos de tejidos, bordados, formas, símbolos… Cada región tiene sus materiales, propios de cada zona, y su traje tradicional es diferente. Los patrones y colores también. Los hay sublimes, que llevan años de trabajo. Y los hay totalmente contrarios: frugales trajes de monjes hechos de retales teñidos, por eso son naranjas u ocres. Cuantos más retales, más humilde y significativo.

El museo desde su origen fue promovido por la primera esposa del anterior rey, llamada la Reina Madre. En el museo se pone en valor su gran labor por los derechos de las mujeres y niñas del país, principalmente salud y educación, y su amplio reconocimiento internacional.

Después de ver la parte principal del museo visitamos los laboratorios y talleres, donde hay varias mujeres tejiendo brillante seda con infinita paciencia en un telar hecho de palos, mientras escuchan música con un teléfono moderno. Vemos las fibras vegetales recién teñidos secándose fuera…

Pasamos a la zona donde se exponen los proyectos de la FabriAcademy de este año. Nos dejan a cuadros… ¡Qué variedad! ¡Qué mezcla de cosas locas! Tintes y tejidos tradicionales, mezclados con materiales sorprendentes. Redefiniciones de abrigos, trajes de lluvia japoneses, trajes hechos con “criptomonedas”. Una variedad enorme. Todos los proyectos pueden verse en detalle en la web oficial.

Después de la visita, comida en el Smilers, algo de descanso en el hotel y tarde de paseo para conocer un poco más de la capital. Vamos en dirección contraria a la mañana y después de pasar junto al gran cuartel de Policía llegamos a un gran centro religioso en mitad de la ciudad, el Memorial Chorten. Tiene una alta estupa rodeada de varias bellas estatuas . Hay decenas de personas rodeándola, siempre en sentido de las agujas del relo. Antes de llegar a la estupa hay un cobertizo con grandes ruedas de oraciones. ¡A las doradas cuesta darles vueltas por su peso! En un lado de la estupa un anciano leyendo y orando, al que la gente acerca ofrendas. Reina un ambiente de tranquilidad y hay mucha mezcla de edades y sexos.

Seguimos el paseo pasando delante del Hospital Nacional, amplio, de apariencia moderna, también construido al estilo butanés. Paseamos por una calle principal, estrecha y rodeada de viviendas. Con mucha gente charlando en la calle y niños jugando junto a grandes desniveles y socavones. La acera es muy estrecha y a veces no existe. Los coches van despacio y los conductores son amables. Hay que prestar atención porque conducen por el lado izquierdo de la calzada, como en la India. Paseamos entre tiendas de barrio, paramos en alguna para comprar condimentos típicos picante para regalos, de los cuales deberíamos haber comprado más… ¡Qué deliciosos!

Llegamos al río y descubrimos que hay un puente de madera tradicional para pasar al otro lado. Al llegar al puente y mirar al río, nos sorprende la fuerza del agua. Un río de apenas 15 metros de ancho que resulta impracticable para el baño, piragüismo o cualquier deporte en esta época del año. Solo mirar al agua brava da vértigo. Solo marrón y blanco, solo piedras y remolinos.

El puente es puramente butanés, exótico. Dos bellas construcciones de madera y piedra sujetan un puente de madera, vestido con banderas de cinco colores, que claramente notamos que se deja mecer por el viento. Las ramas rígidas se rompen bajo el peso de la nieve, las flexibles no…

Después del paseo volvemos por la orilla del río, donde encontramos otro pequeño templo con gente rodeándolo mientras reza, como es norma aquí. Pasamos mirando las aguas bravas entre las ramas de pinos azules. Tienen un color verde-azulado extraño. Ligeros y fuertes. Día nublado, con momentos de sol, pero sin lluvia, frío o viento.

Volvemos al hotel temprano, evitando tuberías que salen de las aceras como extrañas serpientes negras. Pasamos por tiendas de artesanía que nos delician. Qué de cosas bellas y tradicionales. Ropas, menaje de hogar, instrumentos musicales, objetos religiosos,.. A precios asequibles. Cenamos en Smiler, llenando bien las tripas de vegetales picantes y descansamos un poco. Entre tanto Antonio sigue preparando la charla que le han asignado primero para el miércoles, después el jueves y finalmente el viernes. Mejor y peor, no quedamos tranquilos hasta el último día, pero hay más tiempo para prepararla.

Día 12: Thimphu(26/7) Más congreso.

Desayunamos sin prisa junto con gente del congreso y cogemos un taxi sobre las 10h para que nos lleva al congreso. Está como a 10 kilómetros en la ladera de un monte. Después de un breve trecho de “autovía”, sube por una carretera estrecha que a veces es de tierra. El taxi, un vehículo pequeño, no llega a poner la tercera velocidad en todo el camino. Nos cuesta poco más de 3€.

Mañana de charlas y tarde de talleres. Visitas de refilón al SuperFablab, donde cada máquina cuesta más que todas las nuestras juntas… Un fablab pensado para fabricar otros fablabs… Tienen varias cortadoras de metal, impresionantes fresadoras CNC, una gran cortadora de lámina de cartón con cuchilla para hacer grandes estructuras: simpáticas ovejas que sirven de taburete, o una gran cúpula geodésica que colocan en un salón junto a la cafetería. Hay actividad constante en todas las habitaciones del fablab.

Durante la comida conocemos en persona a los valencianos, Chele, Ricardo y Manolo, tres trotamundos amables y curtidos. Con mucho camino en el diseño digital y la formación. Protestan más que nosotros por la básica comida del congreso y los perros que quieren probarla. Pasamos tiempo con ellos y hacemos muy buenas migas. ¡Qué buen grupo español que no conocía! Hay que llegar tan lejos para conocer a quienes tienes tan cerca…

Hacemos por la tarde un divertidísimo taller llamado “Bio Amulets: Resignifying waste through biofabrication” a cargo de dos maravillosas personas del Fablab de la Universidad de Chile: Danisa y Max. Después de contarnos sobre biomateriales y la sencillez de conseguir una “fórmula mágica” que solidifica, nos agruparon y nos mandaron buscar diversos tipos de residuos para hacer amuletos con ellos. Allí iban 4 o 5 grupos de personas pidiendo y buscando basura por las esquinas… Conseguimos arena, restos de café, cáscaras de plátanos, huevos, pétalos de flores… Nuestro grupo se decantó por la arena y preparamos nuestra receta, que hay que cocinar y remover suavemente. Vertemos la mezcla en un molde de silicona, la dejamos enfriar y desmoldamos para conseguir nuestro amuleto con forma de montaña, nos encanta. Se lo quedan los estudiantes de nuestro grupo, que se lo han pasado pipa viendo a un extraño profesor extranjero buscando con ellos entre la basura. A la vez hay un interesante taller sobre fabricación de láminas de PLA con restos de impresiones 3D y una plancha térmica plana.

Por la tarde nos quedamos a ver la actuación y entrevista al artista y activista indonesio Robi Navicula. Quedamos impactados y agradecidos por su amplia acción, junto con músicos de todo el planeta, para evitar los efectos adversos de la actividad humana en selvas y océanos. Contando el documental “Isla Plástica” disponible en Netflix y la iniciativa “Music Declares Emergency” mientras explica y canta varios temas con su guitarra acústica y buena voz. Habla de la influencia de músicos comprometidos como John Lennon, Rage Against the Machine, Sepultura… Nos cuenta que él, a pesar del provenir del DIY (hazlo tú mismo) propio del punk, ha pasado a creer en el DIWO (hazlo con otros), mejor para el siglo XXI. Un mensaje motivador y de lucha por un futuro mejor para el planeta.

Día 13: Thimphu(27/7) Un poco de turismo y compras.

Tras desayunar decidimos ir a ver otra de las atracciones de la ciudad, su gran Buda dorado. Está a varios kilómetros de distancia, más de dos horas de camino. Preferimos ir en taxi confortablemente. Vamos por una sinuosa carretera al borde de la montaña, mezclada con partes sin asfaltar. El precipicio está “protegido” por hileras de banderas de colores. Se ve gente subiendo y bajando caminando. En mitad del camino, un gimnasio para gente mayor y un puesto de comida para llevar. Hace un sol radiante pero poco calor. Estamos teniendo suerte con el clima.

Al llegar al complejo el taxista nos espera fuera y vemos por fin de cerca el gran Buda. Debe medir más de 30 metros y es dorado y brillante. Mira hacia una gran planada llena de tacos de madera que aparentemente son para arrodillarse sobre ellos. El complejo está casi vacío. Puede haber en total 15 personas entre feligreses y turistas, que somos todos asistentes al congreso. Pienso cómo una gran atracción turística en pleno verano está tan vacía aún siendo gratis. En España no sería así. Impresionan las dimensiones. La escalera frente al Buda debe tener 100 escalones y la suben personas de todas las edades que llegan al templo andando. Bajo el Buda, el gran templo, debemos descalzarnos y está estrictamente prohibido hacer fotos dentro. El interior en amplio, con pocas columnas; dos grandes y coloridos tambores ceremoniales en la entrada; paredes rojas y columnas doradas en todo el interior, con luz clara. Majestuoso. Al fondo, tres estatuas de más de dos metros, alrededor de toda la sala vitrinas transparentes llenas de libros y pergaminos. Nos sorprende que las personas que rezan dedican una plegaria y un movimiento de cabeza a cada una de las vitrina, y hay más de 40, llenas de libros de distintos tipos, la mayoría cilíndricos y religiosos. Las manos de los Budas están llenas de billetes, que dejan los visitantes. Dejamos algunos, aunque nadie nos pide nada. Rodeamos el templo y disfrutamos los bellos frescos con pavos reales, caballos, ogros… Al lado del templo hay una residencia de monjes que protege un león de verde melena. Un complejo grandioso y a la vez muy pacífico. Compartimos la bajada en taxi con un simpático alemán, participante del congreso, que había subido andando y prefirió ahorrarse la vuelta a pie.

Por la tarde Antonio acaba de preparar la charla y después del café vamos a comprar algunos recuerdos para familia y amigos. Zapatillas y mochilas de dudosa autenticidad pero creíbles, bufandas y monederos con tejidos típicos, amuletos, teteras y tazas, chuchillos artesanos, golosinas exóticas y una postal para el médico de Salud Pública en Cáceres, Antonio Franco, que nos da sabias recomendaciones sanitarias en cada viaje lejano que hacemos, y que no tenía aún ninguna postal de Bhutan. Cenamos, para no variar, en el Smiler y descansamos hasta el día siguiente, que estará lleno de bellas emociones.

Día 14: Thimphu(28/7) Charla, subidón con el premio y fin del congreso.

Antes de ir al congreso vamos a buscar un artículo que compraron nuestros queridos chilenos, Danisa y Max, para dar su taller: un mortero de mármol. Hace tiempo que Antonio quiere uno y era la ocasión perfecta. Con sus indicaciones fuimos a una zona de pequeñas tiendas y mercado. Tras pasar, tienda tras tienda de menaje, buscando morteros de piedra sin éxito, por fin lo encontramos en una en calles secundarias. Había gran variedad de tiendas. Las de vegetales tenían muy buen aspecto, las de carne no tanto. La carne colgaba en tiras de cerdo, o en medios cuerpos de terneras. El olor era penetrante. Nos llevamos un maravilloso mortero de piedra negra que cuesta poco más de 10€ y pesa unos 3 kilos, mejor lo dejamos en el hotel.

Cogemos un taxi y marchamos al congreso. Vemos más charlas y preparo mi charla para el medio día, a las 13h. Momento raro y sitio aún más raro: en la última planta del edificio secundario donde se dan las charlas. Están el auditorio Dragon, la sala Yak, la Himalayan Wolf, la Raven, Red Panda… y la sala Yeti, que es la que me toca a mí. Hablo con el muy profesional y simpático presentador de la sesión, butanés del DHI y hago algo de publicidad entre los conocidos y en los grupos para que venga más gente a mi charla, que para algo me la he currado. Finalmente asisten unas quince personas. Varios desconocidos de Jordania o Eslovaquia, buenos mexicanos amigos, varios estudiantes butaneses jóvenes… Doy la charla con un poco de prisas, con muchas cosas que contar, pero resulta agradable y después hay preguntas interesantes e intercambio de contactos. Pasó el estrés casi del todo…

Visitamos una vez más las instalaciones del super fablab de Thimphu. Tomamos nota de grandes máquinas y sus aplicaciones. Cada una de las máquinas grandes, valen más que todas las máquinas de un fablab completo.

Llega la clausura del FabFest y la entrega de premios del Fab Challenge. Qué emoción… Tachán, tachán… Primero el premio de la elección del público, que este año recae en… “Aluminium Waste, Gracefully braced”. ¡¡¡Bieeeeeeen!!! Qué gran alegría. Nos lo habíamos currado un montón. Qué estupenda noticia. Lo hemos conseguido. Subimos al escenario, recogemos los preciosos premios diseñados desde el Fablab Puebla, en México: dragones dorados bordeando marmol blanco… Y 5000€ de premio para el FablabCST y la Sonamgang Primary School. Y aún más ganas de seguir colaborando y que el reto continúe.

El otro premio es el de la elección de los expertos, que recae este año en el reto “Weaving technology into tradition” de preservación cultural, centrado, como no, en su espléndido arte del tejido y bordado. Entre los logros del reto documentan técnicas y digitalizan, diseñan formas de visualización de trenzados, mejoran la ergonomía de telares tradicionales con técnicas sencillas… Una pasada. Un premio muy merecido.

Tras el premio, se celebra el paso del testigo de la celebración del FabFest de manos butanesas a manos mexicanas. Se intercambian dos bellos dragones: el dragón del trueno, gran símbolo butanés, y el dragón quetzalcóatl, poderoso dios de la cultura mesoamericana. Recibe el testigo nuestro querido Aristarco Cortés, del IDIT Ibero Puebla, a quien estamos deseando poder ver en México el año que viene.

Tras las fotos y las felicitaciones, nos invitan a despedirnos todos a una cenita ligera y picante, con bebida invitada por la organización, en el agradable bar donde ya estuvimos el primer día del congreso celebrando la inauguración. Compartimos mesa con los amigos latinos, qué buenas personas Delia, Jorge, Víctor, Beno… Nos despedimos de todos los conocidos a los que no veremos mañana, porque mañana hay más emociones… ¡La excursión al Nido del Tigre! Hemos conseguido juntarnos un buen grupito para hacer esta excursión justo el día antes de coger nuestros vuelos. ¡Será inolvidable!

Día 15: ThimphuParo (29/7) Hasta el cielo budista, escalón tras escalón…

Llega el momento de dejar Thimphu. Nos vamos con muy buenos recuerdos de su tranquilidad, bellas y amables gentes, atractivas tiendas, sabrosas y económicas comidas, y verdes montañas manchadas de nubes blancas.

Cogemos el clásico autobús pequeño con todos nuestros equipajes arriba y partimos a la ruta y templo más famosos de Bhutan. Y por algo es.

El viaje no se hace largo y paramos antes de llegar a Paro en una tiendita en la carretera. Baño, agua, snacks y dulces. El autobús coge un ramal del camino y enfila una estrecha carretera llena de curvas, animales y verdor entre pequeños hoteles que ofrecen tratamientos con piedras calientes. La carretera se adentra en el bosque y lejos, muy lejos, entre los altos árboles se divisa un largo acantilado con un templo colgando, pequeño y blanco entre las nubes. Acongoja pensar que vamos a subir hasta allí. La ruta parte de una altura de 2550 metros y llega hasta los 3100. Un desnivel de “solo” 600 metros, pero en solo 6 kilómetros.

Camino de subida hasta el aparcamiento del Nido del Tigre. Siempre estrechas y trepidantes sus carreteras.

El autobús llega a un aparcamiento amplio donde nos deja. Sacamos unos estupendos palos telescópicos que tuvimos la precaución de traer y compartimos dos de ellos. Trajimos cuatro, ya que nos poníamos… Dos personas optan por hacer la primera parte del camino a caballo junto con un guía, no creo que les valiera la pena. Los caballos solo hacen una pequeña parte de la ruta, y solo cuesta arriba.

Arrancamos la ruta sobre las 11h entrando en el bosque, pasamos por un pequeño templo, sencillo, colorido, con cascadas, y a menos de 500 metros comienza la escalera. Es una subida continua por camino de barro naranja, con maderas y raíces que ayudan a pisar mejor. La primera etapa es un camino empinado que sube y sube entre los árboles, adentrándose en la jungla. Vamos con mucha calma. Con pequeños pasos y sintiendo el respirar. Partimos en grupo, pero cada cual va a su ritmo. Nosotros vamos de los últimos, sin prisa. Hay mucho camino por delante. Paramos en curvas a coger aire, beber agua, comer chocolate y frutos secos… Disfrutamos de las vistas, que nos permiten ver muy lejos, a todo el valle, a través de los árboles. Hay bancos y sitios para parar. Hay algunos grupos más de turistas, todos acompañados por guías. Hay monjes budistas y butaneses subiendo a un lugar muy especial.

Tras muchos escalones llegamos a un pequeño llano donde hay otro templete, banderas, botellas de plástico giratorias pintadas con oraciones, el descanso y retorno para los caballos… y el cartel de llegada al refugio de mitad del camino. Menudo refugio. Es un bello restaurante/café de madera perfectamente equipado. Con precios razonables, cosa impensable en otros lugares. Y con unas vistas que dan ganas de no moverse de allí en horas. Y más cuando, sentado, notas el continuo temblor de tus piernas por el esfuerzo ya hecho. Tomamos un delicioso café con una galleta, algo de agua y seguimos la ruta. No sentimos mareo ni dolor de cabeza.

Arrancamos de nuevo la escalera naranja continua. Sigue muy empinada y ya no hay posibilidad de ir a caballo. Demasiado empinada. Nos cruzamos con algunos turistas que descienden, entre ellos dos españolas con las que paramos a charlas un poco. Viajan con un guía butanés que habla bastante buen español. Se quejan de las altas tasas para los turistas, que no son transferidas a los trabajadores del sector. Solo han podido estar 5 días en Bután, y menudo gasto para una pareja. Seguimos nuestro camino pensando en lo afortunados que somos por poder estar aquí.

Tras varios kilómetros de cuesta llega una zona llana. Esperanzador. Otro simpático guía butanés con el que nos cruzamos nos dice que estamos ya cerca. No tanto… Pasamos por un pequeño templo dedicado a una mujer santa y llegamos a un excelente mirador. Estamos ya más altos que el templo al que vamos.

El camino pasa de barro a bien tallados peldaños de piedra con un extraño brillo metálico, que se mezcla con el pulido de los incontables pasos. Qué belleza. Vuelven personas del templo y vemos a otras más adelante. Las vemos a lo lejos subiendo una larga escalera, que nosotros tenemos que bajar antes. Hacemos una gran uve en el borde del barranco. Bajaremos muchos escalones, pasaremos por una gran cascada y luego volveremos a subirlos hasta llegar al templo. Nos cruzamos con ancianas en chanclas de playa que hacen de guía, con ancianos ciegos acompañados de lazarillos. Nuestras piernas tiemblan aún mas ante lo que nos queda.

Bajamos la escalera con calma y llegamos a la gran cascada. Se pierde en la altura y no se ve de donde viene. Acaricia la roca fina y sutil, como el templo que está en una cueva al lado. Un cartel pone que allí practicó la doctrina Vajrakilaya el gurú Khado Yeshi Tsogyal. Comenzamos las últimas escaleras, que por fin nos llevarán a los varios templos que componen el Nido del Tigre.

En la entrada al templo hay un guardia de uniforme que impide que se acceda al templo con cualquier tipo de bolsa, teléfono o cámara de fotos. Está estrictamente prohibido. Aún podemos llevar los zapatos, al menos. Nos juntamos allí ya con los amigos peruanos, que están muy en forma y subieron rápido. Nos animan a meternos hasta la última cueva, haciendo el Indiana Jones. No nos motiva demasiado. Seguimos subiendo escaleras y vamos llegando a distintas estancias, que son templos en sí mismas. Nos quitamos los zapatos para entrar, como es obligado.

En uno de los primeros, de madera, con la rocas bellamente tapadas con cortinas rojas y amarillas, finamente decorado, hay una cueva diminuta, con una robusta puerta de metal labrado, dorado y oscuro, donde el gurú estuvo durante mucho tiempo antes de alcanzar la sabiduría. Una guía cuenta en inglés a otros turistas que la cueva se abre solo una vez al año y que solo unas pocas personas pueden entrar en ella.

Pasamos habitación tras habitación, escalera tras escalera, templo tras templo, apreciando y sabiendo un poco más de este lugar de culto. Cada templo está dedicado a ciertos aspectos de Budda y de la comunidad. Hay un templo dedicado a la familia real, que ha estado varias veces en el lugar, como se ve en fotos. Vemos la sentida oración dedicada al Rey. Hay ofrendas y billetes en manos de todas las estatuas de Budda. Hay estatuas de Budda metálicas de más de un metro. Hay pozos sin fin donde se echan monedas. Hay estatuas y pinturas de humanos-demonios pisando humanos mientras copulan. El suelo está húmedo y se siente en los pies descalzos. Está empezando a llover. En casi lo más alto está la cueva de Indiana Jones… Ya es aventura en cueva embarrada… y encima con los pies descalzos, habría que quitarse los calcetines para no ponérselos perdidos. Demasiado peligroso e incómodo. Preferimos no bajar a esa cueva. Descansamos un poco mirando al valle, encantados, pero preocupados por la lluvia que comienza. Nos ponemos los chubasqueros y comenzamos la vuelta.

Hacemos bien la vuelta. Menos mal que trajimos buen calzado, chubasqueros y palos. Fue un camino arriesgado, pero que se hizo bien con precaución. Nos resbalamos alguna vez, pero no tuvimos ninguna caída. Un barrizal empinado, menos mal que hay raíces y palos bien puestos. En mitad del camino un gran premio: otra vez el restaurante-café. Tomamos una muy reconfortante comida butanesa: sopa, arroz, pepinos, carne picante, postre, café, agua… 6€ el buffet y 0.40€ la botella de agua. Más maravillas de Bután.

Al poco seguimos el camino hasta nuestro autobús. Bajamos alegremente en compañía de los amigos peruanos hasta final del trayecto, otra vez en el parking. Allí nos despedimos de más amigos y unos pocos nos quedamos en Paro, para tomar el avión al día siguiente. El autobús nos lleva a nuestro hotel de Paro (Hotel Khamsum), que está bien de precio, servicios y con hermosas vistas a los arrozales. Paro está en una zona relativamente llana en la vega del río, lo que permite campos de cultivos.

Después de ducharnos y descansar un poco salimos a conocer un poco Paro. Es una ciudad de servicios, bastante orientada a su aeropuerto. Los precios son algo más altos que en Thimphu y no hay tantas tiendas o atractivos. Hay un gran palacio real que es usado por los reyes habitualmente, pero no es posible visitarlo. Además ya es tarde cuando llegamos. No tenemos cambio en moneda butanesa, preguntamos a unos taxistas y un amable joven, después de preguntar a un conocido por teléfono, nos lleva en su taxi a la tienda donde nos dan el cambio. Seguimos nuestro camino por un varias calles con tiendas, hoteles y restaurantes. No hay mucho que hacer, no tenemos sitio en el equipaje, y queremos comer y descansar.

Vamos al restaurante que recomendaron por el whatsapp de Fab23, por el que se entera uno de casi todo lo relacionado con la logística, y tomamos otra deliciosa comida butanesa. Ana prefiere no tomar picante pero quiere ramen, que es picante. Yo pido otros dos platos que no son tan picantes. Finalmente yo me como el mejor ramen que he comido en mi vida, bien picante, con un huevo frito, y Ana se come los dos platos suaves que yo había pedido. Volvemos al hotel bien llenos, cansados y con nervios por los dos días de viaje que nos esperan.

Día 16: Paro – Delhi (30/7) Del orden al caos en pocas horas.

Amanecemos temprano en el hotel en Paro. Tomamos un desayuno junto con algunos franceses y belgas y tomamos varios taxis para llegar al aeropuerto. El taxi costó algo más de 20€, lo que es inusualmente caro en Bhutan, pero lo reservamos desde el hotel de su ciudad más “turística”. Entramos sin problemas en el aeropuerto y pasamos los controles de seguridad rápido. Cogemos pronto el avión y disfrutamos de las últimas y maravillosas vistas del valle de Paro. Montañas verdes con un bravo río atravesándolas hasta donde se pierde la vista. Nubes blancas acariciando a los árboles. Adiós Bhutan. Ha sido muy bonito conocerte.

Pasamos sin ver muchos picos de los Himalayas por estar nublado y en poco tiempo aterrizamos en Delhi. Nos juntamos con el Comando Valencia también en el aeropuerto de Delhi, donde nos ya separamos. Llegamos a Delhi a las 12h de la mañana y cogemos el siguiente vuelo a las 21h por lo que tenemos todo el día para hacer algo de turismo.

Mi idea era buscar un taxista que nos pudiera llevar durante todo el día de sitio a sitio pero me fue imposible y busqué alternativa. Supuestamente ya lo tenía todo arreglado, un simpático hindú habitante de Delhi y asistente al FabFest me dio el teléfono de un taxista en Delhi, con quien supuestamente había quedado a la salida del aeropuerto. Me dijo que me esperaría con un cartel con mi nombre… Nada de eso ocurrió. Al salir del aeropuerto, con internet muy precaria conseguí hablar con él y me mandó el teléfono de otro taxista para que me fuera a recoger. Llamé al segundo taxista y me fue casi imposible entenderme con él en inglés. Los dos me hablaban en hindi. Quedé con él en la planta primera del aeropuerto de Delhi, no sé muy bien dónde. El caso es que no pudimos encontrarlo y no teníamos cobertura… Allí esperando, con un calor importante, dos maletones y una mochila cada uno… Entre un joven militar y su superior consiguieron explicarme dónde estaba la consigna para dejar las maletas. Estaba en la estación de metro, frente al aeropuerto. Estupendo plan. Dejamos las maletas y vamos en metro hasta el centro de Delhi, y allí ya veremos. El metro de Delhi tiene fama de eficiente y moderno. Y así es.

Dejamos las pesadas maletas tras una pequeña cola y por unos pocos euros y compramos los billetes de metro hasta la estación central de Delhi. Son 0.50€ por billete. Para entrar hay que pasar por un control y arco de seguridad. Ahí nos dimos cuenta de las dimensiones del país. Cuando estaba sacando mi portátil de la mochila frente a la cinta transportadora, decenas de personas pasaron por encima nuestra a toda velocidad, pasando sus pesadas maletas sobre nuestras cabezas. Imaginaos una estación por la que pasan miles y miles de personas con prisa al día pretendiendo registrar los equipajes de cada cual. El paso por el control es rutinario, más formal que otra cosa. Imposible registrar a tanta gente, o frenar ese flujo humano apresurado. Aún así, hay militares por todos lados. Vestidos con pantalones y camisas marrón claro y con gorras negras. Están en el metro, como unos pasajeros más, llevando naturalmente sus fusiles automáticos.

El camino en metro es suave. Solo hace 4 o 5 paradas hasta llegar a la estación central. La mayoría del camino pasa por el bosque. Verde, mucho verde. Delhi es una ciudad en la orilla de un río y con clima húmedo. Hay árboles por todos lados, y no se ven caminos. Parecen zonas militares. Llegamos a la estación central de Delhi, donde se juntan las redes de metro y tren y su tamaño es abrumador. No encontramos siquiera una salida. Todo parece desembocar en otra cola, con control de acceso para ir a otro andén o destino. Solo conseguimos salir después de preguntar a otro militar y pasar en sentido contrario por los arcos de seguridad.

Al salir, lo primero, el calor. Aplastante. Intenso y húmedo. Después, el caos en la calle. Color marrón, gris y azul. Polvo, ruido, olores intensos. Mezcla de comida, humo, polvo… Un mercado callejero alrededor de la estación por donde circulan personas, coches, motos, rickshaws, vacas… Sin dirección clara, sin espacio para cada cual. Puro orden espontáneo. Sin pensarlo buscamos un rickshaw y preguntamos al conductor por el precio para llegar a India Gate, el primer monumento que quería ver, sin saber tampoco muy bien qué ver en Delhi en tan poco tiempo. Nos cobra 200 rupias, unos 2,5€ por un camino más largo de lo que parecía en el mapa. Delhi es muy grande. Tiene grandes avenidas y las carreteras no tienen mal firme. Lo que es terrible es la forma de conducción. Cada cual se mete hasta donde puede con su vehículo. Tocar el claxon es la norma. Es la forma de avisar de tu presencia o intención de adelantar, parar, salir, girar… Cientos de bocinas suenan continuamente. El vehículo es abierto, por lo que voy haciendo fotos y grabando con el móvil con miedo a que se me caiga y no poder recuperarlo. En cada semáforo que paramos hay personas pidiendo limosna. Desgarrador. Niños contorsionistas, niñas flacas llevándose la mano vacía a la boca, ancianas con sucios vestidos de colores. Todos piden a quien se ve claramente distinto y más rico que el resto. Osea nosotros.

Llegamos a la Puerta de India, que está en la mayor avenida de Delhi, donde está la residencia del primer ministro, el Museo de Arte Nacional, varios ministerios… Y varios grandes monumentos. Es un lugar de visita turística para los propios hindúes. Al caminar, calor intenso, amarillo y rojo ladrillo, como la puerta de India, en un lugar muy abierto con grupos de personas a la sombra de los árboles, pasando un domingo de picnic con amigos y familia. Hay sobre todo puestos de comida y algún vendedor de souvenirs a precios ridículos. Tan ridículos que da vergüenza comprarlos y contribuir a eso. Compramos una botella de agua fresca y nos hacemos varias fotos alrededor de los monumentos. Graciosamente, la gente nos hace fotos también a nosotros; las pieles más pálidas bajo ese sol de justicia.

Cogemos otro rickshaw y nos vamos a la zona de Connaught Place, que es una zona de soportales con tiendas de marcas bajo grandes edificios coloniales blancos que forman una gran rotonda. Entramos en algunas tiendas de marcas. Hace un frío insoportable dentro por sus aires acondicionados. Prefiero el calor de fuera. Compramos comida en un puesto muy concurrido: somozas, empanadas fritas extrañas, sandwich de col fresca y bebidas de café, coco y almendras. Nos sienta muy bien, a pesar de comérnoslo en la calle con gente pidiéndonos continuamente limosna y ofreciendo todo tipo de servicios: lavado de zapatos, masajes, manicura, depilación de cejas… Damos una vuelta para comprar algunas chucherías y tabaco de recuerdo y cogemos otro rickshaw para volver a la estación de metro. Son alrededor de las 16h y prefiero ir al aeropuerto con tiempo. Además podemos ver el mercado callejero junto a la estación, que tenía muchos puestos.

En mercado junto a la estación está muy concurrido. Se vende todo muy barato. Ropa, camisetas, cinturones, gorras, mochilas… Electrónica. Altavoces, auriculares, baterías portátiles, herramientas… Muchos puestos de comida con buenos olores. Unos baños públicos abiertos con un olor intenso a orina. Motos entre los puestos, vacas tirando de carros. Tuve que apartar rápido un pie para que un coche no pasara por encima suya. Compramos unas mochilas a precio de broma, con marca también de broma. Entramos de nuevo en la estación y cogemos el metro sin problema. Viaje tranquilo hasta el aeropuerto, a pesar de un extraño insecto que estaba encima de las cabezas de todos los pasajeros, moviéndose lentamente pero sin echar a volar. No hice fotos porque en el metro está prohibido. La India está muy militarizada.

Llegamos al aeropuerto, recuperamos nuestras maletas y pasamos otra vez por los molestos controles de seguridad de la India. Para empezar nos obligan a facturar las maletas que pensábamos llevar como equipaje de mano. El viejo truco de llevar maleta pequeña y mochila como equipaje de mano no funciona. Facturamos las maletas que no esperábamos y se me olvida sacar de ellas las llaves de casa y del coche, lo que me tiene intranquilo hasta que no recupero las maletas en Madrid.

En el control abren la maleta de Ana, para nada. Vemos como hacen tirar líquidos, cuerdas, condimentos, cocos, mecheros por supuesto… Al pasar el control, ya dentro de la zona internacional se nos acerca un trabajador de la compañía aérea buscando al señor Antonio Gordillo, que al parecer se ha dejado una batería portátil en el equipaje facturado y está prohibido. Debo ir a la sala de registro de equipajes, esperar un buen rato, desmontar mi maleta que está cerrada a presión, encontrar la batería y los tres mecheros que llevaba también dentro. Dar explicaciones de qué eran cosas que llevaba. Tuve que decir que era profesor de electrónica en viaje a conferencia, lo que les suavizó las formas. Encontré mi batería, tiré los mecheros. Cosas divertidas: registrando yo mismo la maleta aparecido un bonito billete naranja de 2000 rupias butanesas, como 20€, que yo no sabía que estaba en la maleta. Me lo fui a guardar en la cartera y me dijeron que no, que eso debía seguir estando dentro de la maleta hasta el final del viaje. ¡Qué cosas tienen estos agentes!

Ya en el aeropuerto, un poco de espera hasta tomar el vuelo hasta nuestro siguiente destino: Abu Dhabi.

Día 17: Delhi – Madrid (31/7) Vuelta a casa.

Vemos al despegar la inmensidad de Delhi y anochece pronto. Llegamos a la zona de Emiratos Árabes y vemos cuadrados y rectas luminosas en la negrura. Perfectamente cuadradas. Carreteras y urbanizaciones bien iluminadas en medio del desierto. Enorme desierto el de Arabia. Más de 2000km, más de tres horas de vuelo, viendo solo amarillo y azul o, de noche, negro con rayitas pintadas. Nos dicen los amigos que trabajan allí, que la velocidad mínima en autovía son 120km/h, y mientras en Europa tratamos de ralentizar el tráfico.

Aterrizamos en Abu Dabhi sobre las doce de la madrugada, no hace mucho calor. Un aeropuerto bonito, con grandes cúpulas con formas de jaimas. Dentro, puro lujo árabe. Tiendas de ropa anormalmente cara, incluso para ser un aeropuerto. La comida y bebida igual de caras. El café más barato: 6€ en el McDonald. Hasta que descubrimos una máquina de café en un pasillo que, si consigues pagar en ella, por 0.60€ te pone un mal café con leche. Pero muy bien que sentó. Intentamos hacer uso adecuado del café durante los viajes largos. Mejor dormir un poco menos, que estar amodorrados y perdernos.

El vuelo de vuelta es todo de noche, pero no dormimos casi nada. Viajamos con Etihad Airways, que nos sirve cena y desayuno. Disponemos de pantalla individual con películas, series, documentales, música, videojuegos… Somos previsores y nos llevamos la chaqueta al asiento, junto con la mantita que nos dan. Se pasa frío muchas veces en los aviones. Antes de llegar, sobre las 7h, nos ponen el desayuno sobre el Mediterráneo. Tomamos desayuno fuerte dispuestos a afrontar lo que nos queda del viaje, que aún son varias etapas.

Llegamos a la familiar T4 en Madrid en una mañana soleada. Tras una siempre larga, muy larga, espera aparecen poco a poco nuestras cuatro maletas facturadas. Alegría mañanera. Cogemos un autobús de la T4 a la T3 para después coger otro desde la T3 hasta el parking. Encontramos el coche en el parking, empolvado y sucio, como siempre que se deja en Madrid y tomamos ruta hacia Extremadura.

Salimos bien de Madrid y paramos en un asador en el kilómetro 50 de la A5 a tomar una tostada con tomate y aceite que sabe a delicia, aunque sea mediocre. ¡Y qué café con solo con hielo! Pequeñas delicias de España. Hacemos buen viaje escuchando System of a Down hasta parar tras el Túnel de Miravete. Otro buen sitio para parar, donde había comprado bollos de chicharrones que acabaron en nuestros estómagos en Asia. Compramos melocotones y paraguayas a un lugareño.

Llegamos a Cáceres pasando por delante del fablab y no podíamos resistir para a hacernos una foto de aviso de llegada. Qué alegría ver allí a Bruno Pérez, las cosas siguen como deben ser. Serrín, actividad, y buenas personas usando SOL.

Qué gran viaje y cuántas experiencias acumuladas. Tocó agosto de reflexión y septiembre de retomar actividades con las pilas recargadas. Ahora hay que mantener los contactos y los proyectos iniciados en común. Se espera un gran curso 2023/24. De momento Walter González, de Fablab Lima, estará por Cáceres la segunda semana de octubre y ya hemos vuelto a juntarnos con amigos de fablabs portugueses y chilenos para adentrarnos en el mundo de los biomateriales.

Cuántas posibilidades maravillosas hay alrededor de esto de los fablabs…

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